Un relato del metro*

*Publicado en la edición impresa del Diario el Universal de Caracas el 12 de marzo de 2005

Fidel Salgueiro

El vaivén en cualquier vagón del metro de Caracas está siempre acompañado por el murmullo de las miles de per­sonas que, en su interior viajan. La mayoría de las veces quejándose de lo malo que está ahora el servicio, los viajes presidenciales o los precios de los productos. Cosas del” país de todos”[1].

Los periplos de un viaje en subte­rráneo tienen la rudeza del acceso en estaciones como Petare[2], donde en ho­ras pico la gente que entra, desespera­da por agarrar un puesto para sentar­se, puede dejar atrapado al que inten­ta salir de su interior. Como el metro se colapsa, hay quienes optan por montarse dos o tres estaciones antes ir hasta la estación terminal, para luego devolverse.

El metro también tiene la triste vi­sión de lo que pasa en Venezuela. En casi todas las estaciones alguna de las escaleras mecánicas está dañada o en reparación. Igual ocurre con los aires acondicionados de los vagones, es sólo cuestión de suerte tomar uno que enfríe, sobre todo al mediodía, cuan­do el ambiente huele a todo menos a la “Gran solución para Caracas”[3].

A la desesperanzada visión la acompa­ñan sus particulares personajes, el “trovador” suerte de mini-concertista ambulante, que anda de vagón en vagón, tocando y cantando ritmos multi-orquestas; el “martillito[4]” que generalmente pide para comprar un remedio para él o un familiar, hacerse alguna opera­ción urgente, o sencillamente para regresarse al interior porque en el ministerio no lo atendieron y por último el “filántropo” que, siempre pide para alguien del barrio, usualmente es para un infante, cuya foto casi siempre es la misma que usan todos los que piden con esta modalidad, requiere ser operado y sus padres no tienen los recursos para hacerlo.

El metro, al igual que en la novela Robinson Crusoe, tiene un personaje con nombre de semana, es “Miérco­les”, por estar siempre atravesado en la puerta, enredando la entrada y sa­lida de todos.

Olvidé mencionar el olor a orines de algunas estaciones. Me entretuvo el pensamiento que en el pasado re­ciente, justo antes de Chávez venir a rescatar­nos, el metro era el ejemplo del país que nos merecemos.[5]


[1] Los primeros años del régimen de Chávez el gobierno presentaba su gestión con la frase, “Porque ahora Venezuela es de todos”

[2] Importante sector popular de Caracas

[3] Slogan publicitario del metro cuando fue inaugurado en la década de los ochenta y era considerado como un modelo de transporte público

[4] Martillar es en Venezuela una forma coloquial de referirse a pedir. Fulano estaba martillando en el metro, (estaba pidiendo en el metro), es también una forma de decir esta fastidioso (¿Vas a seguir con el martillo),

[5] El Metro de Caracas fue desde su fundación un motivo de orgullo para los habitantes de Caracas. Contaba con limpias y amplias instalaciones, cubiertas con bellas obras de arte. Sus trenes eran puntuales, y su ambiente contrastaban con el bullicio y el caos en las calles. Había suficientes empleados y en todas sus áreas imperaba el civismo que muchas veces se echaba en falta en la superficie. Era otro país y así se mantuvo hasta la llegada de Chávez.

Hoy en el metro nadie paga. La taquilla está cerrada, las máquinas expendedoras de billetes están fuera de servicio y el papel en el que se imprime el ticket cuesta más que el precio del billete. Hace un par de años que no hay tickets y rige el acceso libre. Todo el mundo pasa gratis por unos torniquetes que ahora son un vestigio inútil.

Por el vagón deambulan dos buhoneros que ofrecen de todo. Los andenes y pasillos están sucios, pero el problema es aún más grave en los trenes, en los que el suelo está mugriento y pegajoso, se han robado los monitores y las cámaras del sistema de vigilancia, la gente se orina en su interior y después de las seis de la tarde los vagones finales son usados para el consumo de alcohol y drogas. Los atracos están a la orden del día. Reflejo de lo que hoy es Venezuela.

En la estación de plaza Venezuela se puede apreciar un afiche con el rostro del fallecido presidente Hugo Chávez proclama: «Estas escaleras fueron recuperadas por los trabajadores patriotas del metro de Caracas».

Las escaleras están paradas y el metro es como esa revolución. Un legado de lo absurdo.

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