El interrogatorio de Boris Sokolov
I
Eran las nueve de la noche y el San Petersburgo recién abría sus puertas. Pau y Montse se enfundaron el chaleco Nidec. Comprobaron el cargador de sus respectivas armas de reglamento que, esperaban no tener que utilizar. Abrigaban la esperanza de que Boris las acompañase a la sede de la Brigada de Homicidios sin ofrecer resistencia. Solo querían hablar él, no era un interrogatorio formal.
No llevaban una orden de detención y las precauciones con las armas y chalecos eran instrucciones precisas de Marc «con los rusos nunca se sabe».
En la entrada del San Petersburgo preguntaron al fortachón de la puerta por Boris, que les respondió con otra pregunta:
—¿Quién lo busca? —las dos investigadoras mostraron sus placas de detectives y adicionalmente Pau comento:
—Es solo un tema de rutina. Venimos a conversar con Boris Sokolov.
El fortachón habló en ruso desde el transistor que portaba, recibió otra respuesta en ruso y las conminó a pasar a la barra del local, donde el mafioso y dueño del stripclub las estaba esperando.
—¿Qué quieren de Boris? —preguntó.
—Solo conversar contigo —respondió Pau.
—¿De qué quieren conversar?
—¿Conoces a esta chica? —comentó Montse y le mostró la foto de Lera.
—¿Por qué Boris debería conocerla?
—Porque es ucraniana y pensamos que es una de tus chicas.
—No la conozco. Y Boris no tiene chicas.
Algo incómoda con las respuesta Pau dijo:
—Estamos aquí por un asunto de la Brigada de Homicidios. Podemos hacerlo por las buenas y vienes con nosotras o podemos hacerlo por las malas y en veinte minutos los agentes de narcóticos estarán en tu negocio buscando drogas y fastidiando a todos tus clientes. Tú decides.
—Aquí no hay drogas —respondió tajantemente—, pueden revisar lo que quieran. Otro fortachón se acercó a Boris y en ruso preguntó:
—¿Desea que las desalojemos del club? —instintivamente Pau y Montse llevaron sus manos a las porta pistolas, las desabotonaron y colocaron ligeramente sus dedos sobre sus nueve milímetros.
Montse abrió el transmisor que portaba en el chaleco y comento:
—Vamos a necesitar refuerzos.
Boris le hizo a su hombre una ligera seña con el rostro. El fortachón retrocedió. Sokolov comento: —No quiero problemas. No es bueno para el negocio —dicho esto accedió a acompañarlas.
Se levantó de su asiento y Montse lo escoltó hasta a la puerta, mientras que Pau se quedó dos pasos atrás. Su mano iba fuertemente asida a su pistola y sin perder de vista a su compañera lanzó una mirada al hombre detrás de la barra «no hagas nada estúpido» Pensó. Estaba más que harta de su sonrisa cínica y su mirada obscena carente de imaginación y cargada de lascivia.
Boris hizo otra seña con las manos para que nadie se moviese y pidió en ruso a uno de sus hombres que lo escoltaran en otro coche para traerlo de vuelta al stripclub.
II
Pau y Montse condujeron a Boris a la sala de interrogatorios, Marc observaba a través del espejo de vigilancia.
—¿Qué quieren de mí? —preguntó Boris—. Tengo cosas que hacer.
—¿Te puedo llamar Boris? —preguntó Montse.
—Ese es mi nombre. También me llaman el ruso…
—Necesitamos que nos aclares algunos cosas —dijo ella.—¿Tú lees los periódicos, Boris? ¿Ves las noticias en la televisión?
—No tengo tiempo para eso.
—¿No te interesa lo que pasa en el Raval?—Preguntó Pau
—No es mi problema.
—¿No es tu problema? —Preguntó Montse— Prostitutas asesinadas, drogas…
—Pero no es problema de Boris. Tengo un bar que atender. Trabajo con la ley—respondió. Se mantuvo en silencio por un par de minutos y agregó:
—Soy un hombre serio, y cómo les dije en mi bar, me gusta colaborar
—¿Conoces a esta chica? —volvió a mostrarle la foto—, su nombre es Lera Danylyuk —dijo Pau.
—No sé nada de eso. No la conozco —respondió Boris.
—¿Quién podría conocerla? —insistió Pau—. Sabemos que tú traes jovencitas de distintos países a Barcelona. Algunas las usas como prostitutas y otras como mulas o vendedoras de drogas al menudeo. —Boris no contestó. Solo se limitó a sonreír.
—Yo no traigo mujeres. Algunas chicas vienen a mi buscando trabajo como bailarinas. Solo les doy empleo como bailarinas exóticas. Lo que ellas hacen fuera de su horario de trabajo es asunto de ellas.
—La trata de blancas y el tráfico de drogas son delitos —afirmó Pau.
—Ya se los he dicho. Yo no tráfico con personas. Tampoco estoy metido en el negocio de las drogas. Tengo un negocio lícito.
—Esta niña fue secuestrada en Crimea —añadió Montse. —Volvió a enseñarle la foto.
—Crimea. Bonito lugar. Es un lugar ruso.
—¿La conoces? —volvió a preguntar Montse.
—No sé… como saberlo
—¿Dónde está su hermana Lesia? Las dos fueron secuestradas el mismo día.
Boris volvió a sonreír. Ahora lo hacía tamborileando con los dedos sobre la mesa.
—¿He dicho algo gracioso? —pregunta Montse.
—¿Crees que Boris secuestra ucranianas? —respondió—. ¿Crees que si yo supiera donde está la hermana no se los diría? Me gusta colaborar con la policía. Muchos de ellos son mis clientes.—Su sonrisa se tornó impúdica.
—Creo que sabes mucho más de lo que nos estas diciendo.
—No lo sé. Yo empleo a muchas chicas para el baile. A veces se van a otros lugares. En la calle Muntaner hay un stripclub que regenta un albanes ¿Por qué no le preguntan a él? Yo no secuestro personas. Tengo un negocio lícito, pago impuestos. Mis chicas son bailarinas no prostitutas, tampoco venden drogas.
—¿Adónde quieres llegar Boris? Sabemos que regentas dos prostíbulos en El Raval —respondió Pau.
—No sé de qué hablas. No regento prostíbulos.
—¿Tienes sexo con tus chicas? —dio Montse. La pregunta incomodó a Boris. Enjutó el rostro y adoptó una dura expresión. —¿Qué quiere decir con eso? ¿De qué me acusas? No tengo sexo con ninguna de mis chicas.
Pau de inmediato se percató que Montse había desencajado al ruso con aquella pregunta y la secundó: —así que te acuestas con tus chicas. Vamos a requerir una muestra de tu ADN.
—No me acuesto con ellas. Punto. Una muestra de mi ADN solo la obtendrán mediante una orden judicial. Conozco mis derechos.
—¿Te niegas a colaborar con nosotros? —preguntó Montse.
—No me niego. Simplemente no tengo una buena razón para hacerlo y creo que si se los permito me van a incriminar — Respondió, en medio de una desencajada sonrisa.
—Estamos aquí para detener a un asesino. Dijiste que deseabas colaborar —expresó Pau. — Solo queremos evitar que mueran más chicas. Si estas involucrado tarde o temprano llegaremos a ti.
—No sé de lo que hablas. Lamento no poder ayudar. Vine a colaborar y ahora insinúan que soy sospechoso de algo. Si no tienen más nada que decirme debo marcharme. Tengo un negocio que atender.
—Antes de partir quiero que observes esta fotos —Montse colocó en la mesa de interrogatorios varias fotos, en distintos ángulos, de los cadáveres de las cuatro víctimas.
Boris no se inmutó. Volvió a sonreír y dijo:
—Si no tienen más nada, me marcharé. Haré de cuenta que esto no ha pasado.
—No hemos terminado, Boris. —aseveró Montse.
—¿Alguna otra pregunta? Creo que ha llegado el momento de marcharme.
—De momento puedes irte, pero no hemos concluido —dijo Montse.
Boris se levantó y al momento de salir comentó, con una desfachatada sonrisa:
—Sobre tema de putas y drogas deben hablar con el periodista. Él sabe mucho del tema…
—¿Cuál periodista? —preguntó Pau. Boris no respondió y siguió su camino, ella intentó detenerlo.
Marc se interpuso a su paso, la sujeto delicadamente por el brazo y la forzó a permanecer en el salón de interrogatorios.
—¿Qué sabemos de Daniel Pardo? ¿Por qué Boris lo mencionó? —preguntó Montse.
—Ciertamente lo es —coincidieron Pau y Montse.
—No le pierdan la pista. Mantengámoslo vigilado —dijo Marc.
—¿Tenemos sus teléfonos pinchados? —preguntó Marc.
—Por supuesto. Por la tarde solicitamos una orden a un juez y el fiscal del caso nos apoyó en la tramitación —añadieron casi al unísono las dos detectives.
—El ruso esconde algo —añadió Marc—. Vamos a estar encima de él. Mientras tanto yo hablare con Daniel Pardo. Lo conozco. Veremos que sabe.
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