*Publicado en la edición impresa del Diario El Universal el 27 de mayo de 2005
Fidel Salgueiro
Dado que el Quijote ya no anda caballo sino que monta en bicicleta; la utopía camina de la mano de Sancho Panza y la corrupción galopa montada en patineta, hemos querido lanzar el siguiente cuestionario para medir su cociente de corrupción.
1. Aparece una nota de prensa sobre el desvío de fondos en la principal empresa del país[1] y usted es miembro de uno de los poderes públicos[2], decide: A) Investigar. B) Le da un ataque de sordera testicular[3], rechaza las denuncias y se va para su casa a ver televisión. C) Sale a marchar en defensa de la empresa, que está siendo víctima de una conspiración de la CIA.
2. Usted es ministro o ministra del trabajo y le llegan al despacho denuncias de personas a las cuales se le ha negado el derecho al trabajo, porque aparecen en una lista negra. Usted: A) Investiga a la persona sobre la cual hay denuncias por perseguir a otros. B) Le da un ataque de “diente roto” [4]y Se retira a su casa a pensar. C) Asume que todo es un invento mediático en contra de la revolución, porque a su despacho ”no ha llegado la primera denuncia”.
3. Usted es el alcalde del Municipio Libertador, y ante la queja pública de que las calles de Caracas están sucias y olorosas a orines, repletas de huecos y son inseguras. Usted: A) Reconoce las fallas y trata de corregirlas. B) Asume la sordera testicular cómo axioma de su gestión. Total, sus días se cuentan en “Alo Presidente[5]«, C) Rechaza las denuncias y acusa a los medios de inventar pendejadas para desprestigiar a la revolución y sus alcaldes.
4. Usted es presidente de la Asamblea Nacional y uno de los partidos del gobierno acusa a otros parlamentarios del gobierno de narcopanas[6]. Usted decide: A) Investigar y tomar acciones. B) No pararle, es decir le da sordera testicular. C) Señala a los diputados denunciantes de ser agentes del imperialismo.
Resultados: Mayoría de A, sin dudas usted no es parte del proceso. Mayoría de B, usted es de esos gobierneros que se toman las cosas light. Mayoría de C, ¿Será que usted está enchufado en el gobierno?[7]
[1] Refiere a Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA), la principal empresa del país que desde el año 2003 viene siendo victima de un gran desfalco.
[2] Refiere a la Fiscalía General, la Defensoría del Pueblo y la Contraloría General de la Nación responsables de establecer controles al poder ejecutivo, poderes que estaban todos en manos de funcionarios simpatizantes o miembros del chavismo.
[3] No pararle bolas o simplemente no hacerle caso.
[4] El cuento El diente roto de Pedro Emilio Coll. Es la historia de Juan Peña que “a los doce años, combatiendo con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra.
Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña. Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo” y así murió. “…Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua. Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar”.
[5] El show televisivo del presidente Chávez, desde donde anunciaba su gestión de gobierno.
[6] Narco amigos
[7] El diente roto de Pedro Emilio Coll
“A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra.
Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña. Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo. Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.
Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.
-El niño no está bien, Pablo -decía la madre al marido-, hay que llamar al médico.
Llegó el médico y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.
-Señora -terminó por decir el sabio después de un largo examen, la santidad de mi profesión me impone él deber de declarar a usted…
-¿Qué, señor doctor de mi alma? -interrumpió la angustiada madre.
-Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible -continuó con voz misteriosa- es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.
En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar.
Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan.
Pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del «niño prodigio», y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison… etc.
Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin pensar. Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y «profundo», y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior, entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto-sin pensar.
Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua. Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.”
Pedro Emilio Coll (Caracas, 12 de julio de 1872 – misma ciudad, 30 de marzo de 1947) fue un periodista escritor, ensayista, político y diplomático venezolano. Fundador de la revista Cosmópolis. Se le reconoce como uno de los principales promotores del modernismo literario de Venezuela. Fue cónsul de Venezuela en Southampton entre 1897 y 1899 donde aprovechó para trabajar con la revista Mercure de France encargándose de la sección Letras Hispanoamericanas. En 1911 se le incorporó como Individuo de Número de la Academia de la Lengua y en 1934 ingresó como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Contribuyó junto a Luis Manuel Urbaneja Achelpohl a la incorporación del modernismo en la literatura venezolana. Entre 1895 y 1907, fue colaborador de El Cojo ilustrado donde publicó una serie de cuentos, entre ellos El diente roto considerado como un clásico del género. En 1896, publicó su primer libro titulado Palabras, una recopilación de ensayos sobre arte y educación. En 1927, aparece La escondida senda, título que representa su tercera recopilación de ensayos, esta vez de carácter histórico. En 1948, fue publicada en forma póstuma su obra El paso errante, la cual era una selección para la Biblioteca Popular Venezolana del Ministerio de Educación. Tomado de la fundación Cultural Bordes
Deja una respuesta